En tiempos de
defensas convulsionadas y falta de referentes, hay que hacer una mención
especial a un crack que marcó para siempre la historia del fútbol argentino.
Porque desde el momento en que el apodo “Mariscal” se apodero de él, es
inevitable volver a repetirlo cada vez que un central seguro, temperamental y
con liderazgo aparece.
Nacido en Avellaneda
el 3 de octubre de 1942, Roberto Perfumo fue el “mejor número 2 del
fútbol argentino”, según transmiten los hinchas futboleros que tienen más de
cinco décadas encima. Luego de pasar por los inferiores de River donde jugaba
como mediocampista central, fichó en la tercera de Racing y ahí fue donde
encontró su puesto, cuando lo corrieron de defensor central. Debutó en primera división
en 1964 a los 22 años cuando Federico Sacchi -otro histórico central- fue
transferido a Boca dejándole su lugar en la zaga de la academia.
Desde ese momento el
“Mariscal” no se movió más de la defensa racinguista, donde jugó 232 partidos
llevando a Racing a lo más alto del fútbol mundial, logrando el campeonato de
1966 y al año siguiente la Copa Libertadores y la Copa Intercontinental frente
al Celtic de Escocia.
En 1971 de Avellaneda
pasó al Cruzeiro brasileño donde logró el tricampeonato en el Campeonato
Mineiro y en una ocasión la Copa Mina
Gerais. Estos títulos lo transformaron en ídolo en un país donde los argentinos
todavía no eran muy bien bienvenidos en el fútbol.
En 1975 el “Mariscal” volvió al fútbol argentino para vestir
la banda de River. Ese mismo año salió campeón del Metropolitano, logrando
cortar una racha de 18 años sin títulos que perseguía al club Millonario. Además
de ese importante título, Perfumo conquistó con el club de Núñez el Nacional de
ese mismo año y el Metropolitano del ’76.
A los 36 años Perfumo le puso fin a su carrera como
futbolista, siendo River su último destino. Ganador en todos los clubes donde
jugó, su cuenta pendiente estuvo en la
selección argentina donde en ese entonces, el desorden y la falta de
profesionalismo de los dirigentes de la AFA no ayudaban a lograr ningún objetivo.
Por Gastón Ninin (@gasty93)